jueves, 16 de julio de 2009

La enfermedad del egoísmo.

La costumbre nos hace pensar en el egoísmo como un fenómeno más del lado de los antivalores que del trastorno. Decimos que una persona egoísta es indolora, mezquina o miserable, pero nunca se nos ocurre pensar que tal vez se trata de una patología: ¿acaso la gula no ha sido elevada (¿o devaluada?) al rango de “trastorno de la conducta alimentaria?”

Desde mi punto de vista, hay que considerar el fenómeno del egoísmo y sus sinónimos (avaricia, sordidez y codicia) como una enfermedad del yo acaparador. No es exclusivamente un acto de mala educación o de mal gusto, sino un atentado a los derechos humanos, una violación del principio de la reciprocidad, un conducta depredadora, o si se quiere, un patrón antisocial.

A muchos egoístas no sólo hay que enseñarles a relacionarse, sino someterlos a tratamiento. A veces la avidez está tan arraigada, es tan visceral, tan destructiva, que para modificarla se requiere la intervención psicológica o psiquiátrica. No estoy disculpando a los egoístas, sino afirmando que están aquejados de una enfermedad perversa.

Por ejemplo: un hombre violador o golpeador no sólo debe ser sancionado moral y legalmente, sino atendido clínicamente.

Según un reconocido diccionario, egoísmo se define como: “Inmoderado y excesivo amor que uno(a) tiene por sí mismo(a), y que le hace atender desmedidamente a su propio interés”. Analicemos la definición con un poco más de detalle.

Una persona que atiende desmedidamente a su propio interés, sufre de egocentrismo: “soy el centro del universo”. El individuo egocéntrico inevitablemente deja por fuera a los demás. Desconoce todo interlocutor y destruye toda posibilidad de relación: “sólo yo existo“.

El inmoderado y excesivo amor que uno(a) tiene por sí mismo(a) hace referencia a la egolatría, lo que se conoce como narcisismo o culto al ego. El ególatra desconoce la empatía. No posee la capacidad de amar porque el amor propio le demanda todo su potencial afectivo.

Siguiendo las premisas de la ética de la consideración, la asertividad bien entendida trata de equilibrar el yo autónomo (independiente) con el yo considerado (interpersonal). La combinación de ambos me permite estar comprometido con la red social/afectiva a la cual pertenezco, y sostener al mismo tiempo un territorio de reserva personal.

Laín Entralgo, se refiere al momento coafectivo de la relación interpersonal, determinado por dos aspectos afectivos fundamentales, sin los cuales no puede existir ninguna relación:

a) la compasión (padecer íntimamente con el otro sus vivencias penosas), y
b) la congratulación (gozar íntimamente con el otro las vivencias gozosas).

¿Qué es ser egoísta? Es renunciar a la condición humana, a lo coafectivo; es desconocer que somos prolongaciones de los demás. Aunque a los egoístas no les guste, estamos conectados unos a otros por naturaleza, intercalados, apretados, casi abrazados, de tal manera que ignorar al prójimo es negarse a sí mismo.

La carencia de amor, la ausencia de empatía, la indiferencia acaparadora, son formas de agresión encubierta, violencia enfermiza que merece, además del repudio, ayuda profesional. De no ser así, seríamos egoístas con los egoístas: una bola de nieve de enemistad aplastante.

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